martes, 30 de junio de 2009

fragmento de una obra...

...Ella es famosa. Mi vecina actriz actúa en la teleserie de las 8 y está de novia con un periodista de su mismo canal o algo así. A veces hace unas fiestas y vienen los de la tele y toman y se drogan y gritan. Les encanta gritar para que nosotros nos demos cuenta que están, que son especiales, que salen en la tele, que gritan y que pueden hacer lo que les de la gana. Ellos gritan para que no solo nos conformemos con verlos sino para que también los escuchemos gritar. Y para que los odiemos. Porque les gusta ser odiados. Porque solo se odia aquello que uno envidia, y uno envidia aquello que no tiene, y ellos tienen todo lo que nosotros queremos y por supuesto no tenemos. Ellos gritan y se hacen notar para que todos digamos: “MIREN, MIRENLOS A ELLOS, ELLOS SI QUE LO PASAN BIEN, MIREN QUE AFORTUNADOS SON, ME GUSTARÍA SER UN POCO MÁS COMO ELLOS Y UN POCO MENOS COMO YO”

lunes, 22 de junio de 2009

VESTIDOS

Los vestidos de las mujeres se caen a pedazos.
Sin clemencia el cielo se parte en tres.
Vestidos florecen en los campos.
Vestidos en las hidroeléctricas.
Vestidos en las salas de clases.
Los hombres usan vestidos.
Las mujeres usan vestidos.
Los niños usan vestidos.
Las monjas usan vestidos.
Los travestis usan vestidos.
Los asesinos usan vestidos.
Los papas usan vestidos.
Los pobres usan vestidos.
Los perros usan vestidos.
Del cielo caen vestidos.
Las mujeres engendran vestidos de sus úteros mal formados.
Se viste el mundo.
Se visten los desvestidos.
Se tapa la moral.
Reina el caos.
El reino de la anarquía.
Que se promueve a si misma.
En panfletos de vestidos.

miércoles, 3 de junio de 2009

un cuento que escribí

SI VE ESTO ES PORQUE ME MATARON

En la mitad de una calle yace el cuerpo ensangrentado de Rodrigo López. Tres balazos han terminado con su vida. El sabía que iba a morir. Hace ya algunos meses andaba caminando con la sensación de que la muerte lo perseguía. Hace algunos días que se quedaba despierto toda la noche mirando por la ventana.
Son las 8 de la mañana. Es un domingo muy caluroso. El cuerpo muerto de Rodrigo López empieza a llenarse de moscas. Suenan las sirenas. La policía se acerca. Alguien ha dado aviso.

Hace una semana Rodrigo, un abogado de 47 años, estaba seguro de que lo andaban buscando para matarlo. Sabía que nada de lo que hiciera lo libraría de lo inminente. Como en una tragedia griega, el destino se iba a cumplir de todas maneras.

Rodrigo había dejado de dormir tres días antes de su muerte. Le había dicho a todos sus seres queridos que no lo fueran a ver más. Que pensaran que el ya había muerto. Le dijo a su mujer que se fuera de la casa y que no volviera más. Le dijo, que después, algún día le explicaría todo, pero que ahora no podía. Rodrigo estuvo solo, absolutamente solo una semana completa. Tenía claro que lo buscaban, por lo mismo no quería exponer a nadie al peligro. Llamó a su mejor amigo, Pedro Sandoval, un historiador de muy buen corazón y con muchos problemas para conseguir pareja. Le dijo, “amigo, no le cuente esto a nadie, pero voy a morir muy pronto. Me están buscando. Me están siguiendo. Los he visto. Me siguen a todas partes. Necesito que me haga un favor. Necesito que me preste su cámara de video. Tengo que dejar un registro”.

Por más que Pedro Sandoval trato de persuadir a su amigo Rodrigo López no lo consiguió, no logró hacerlo entender que aceptar la muerte no era la única opción. Y terminó entregándole la cámara para que su amigo pudiese grabar su testimonio. O su testamento. O El último adiós. Se despidieron. Fue el abrazo más triste que ninguno había dado antes.

Esa tarde Rodrigo prendió la cámara. Introdujo un casete. Presionó Play. Se sentó en el viejo escritorio donde había trabajado tantas veces antes. “Si ve esto es porque me mataron” Fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Rodrigo.
En la grabación contaba que el presidente de su país era quien lo había asesinado. Decía que lo había mandado a matar por haber dado a conocer la corrupción de su gobierno. Que lo habían matado por defender a un hombre libre al cual ya habían asesinado.
Rodrigo, el abogado, le hablaba a la cámara con una mezcla de dolor, rabia y asco. López habló durante 18 minutos seguidos. “Esto no es un suicidio, a mi me mataron” Ponía énfasis en su calidad de futuro muerto. Insistió, “si ve esto es porque me mataron”. “El que les habla es un muerto”.

Rodrigo se levantó y apagó la cámara. Metió la cinta en un sobre amarillo. Fue a la casa de su amigo el historiador. Le dejó ahí el sobre. “Adiós amigo y gracias por todo”.

Rodrigo volvió a su casa esa tarde. Se sintió cansado y se dio una ducha. Todo estaba tan normal. Había tanta calma en el ambiente. “Quizás no pase nada”, pensó. “Quizás esto nunca pasó después de todo”.

Rodrigo salió de la ducha y se fumó un cigarrillo. Recolectó sus cosas y armó una maleta. Se hizo un café. Se comió un pan con salame. Se paseó por toda la casa. Prendió el televisor. “Hijos de puta”, dijo unas cuatro veces. Se acostó en la cama. Cerró los ojos. Intentó dormir. Estaba agotado. Estaba enloqueciendo. “Estoy desahuciado” dijo en voz alta. Y empezó a quedarse dormido.

Soñó que se bañaba en medio del mar. Soñó que podía respirar bajo el agua. Que era un pez humano. Se paseaba entre corales y peces multicolores. La calma era infinita. El no hacía nada más que flotar y ver los colores que explotaban frente a sus ojos.

Rodrigo despertó de golpe. Sintió un ruido. Se paró rápidamente. Fue al velador y sacó una pistola cargada. “Hijos de puta, corruptos de mierda” susurró. ¿Quien está ahí?
Nadie respondió.

Rodrigo salió corriendo. Vestía un terno azul marino. Logró ver a un tipo detrás de la reja. López tomó la bicicleta de su hijo y salió persiguiendo al hombre.
Sentía que el corazón le estallaba. Iba a encontrarse con su muerte. De eso estaba seguro. No sentía miedo. Quería morir para convertirse en héroe. Esperaba que su muerte fuera el puntapié que necesitaba su país para sacar al presidente corrupto. Sabía que con su muerte conseguiría cosas importantes. Aceleró. Empezó a pedalear lo más rápido que le permitían sus piernas.

El primer balazo fue por la espalda. Cuando Rodrigo estaba a punto de alcanzar al tipo alguien le disparó. Cayó al suelo. Se golpeó la cara. Su respiración se alentó. Un tipo de zapatos oscuros se acercó. Era él. Era Rodrigo López. El era su propio asesino. Su reflejo era el que se encargaba de darle la muerte. Se dio cuenta en ese momento que moría en vano. Que nada de lo que había hecho iba a ser útil. Se dio cuenta que en realidad eran todos iguales.
Pensó en su mujer y en el sueño que había tenido hace algunas horas.
El segundo disparo fue en la cabeza.